La Gran Final de la Liga Mayor rompe paradigmas recientes no sólo por los equipos involucrados, sino por el ambiente de carnaval en las tribunas, y sí, también por la jugada de la polémica. Todo se conjuntó para que el mejor equipo de la temporada se proclamara campeón.
Alberto García Ramos / receptor
Foto: VicMore
“Tal vez por eso fue que tardó 30 años en repetirse”
Dice una de las máximas del periodismo que aquellos que ejercen esta profesión siempre deben estar listos para presenciar un momento histórico. Todo aquél involucrado en el fútbol americano sabe también que uno de los andamios que llenan la poesía de este deporte es que, como jugador, uno siempre se debe soñar con hacer la jugada grande: visualizar la realización de ese momento que define la victoria.
En la Gran Final de la Liga Mayor de ONEFA, jugadores, coaches y los miles de aficionados, alrededor de treinta y tres mil, lo previeron, lo anticiparon, y lo materializaron: el sueño de una final histórica. Un juego de campeonato que se alzará sobre el resto de lo acontecido en la memoria reciente del fútbol americano estudiantil.
La victoria de los Burros Blancos del Instituto Politécnico Nacional, 24-17 sobre sus hermanos politécnicos, las Águilas Blancas, no sólo es la coronación del programa de Zacatenco, primera vez en 30 años que capturan el título, sino que este partido es -o debe ser- la sublimación que catapulte a alturas mayores este deporte, por los acontecimientos tanto dentro como fuera de la cancha.
Sí, también siempre se recordará la polémica que se suscitó en los momentos definitorios; ignorar la marcación del eventual touchdown del gane como parte fundamental de la narrativa de la Gran Final sería irresponsable, pero también enfocar toda la atención en este hecho sería borrar todo lo que sucedió este sábado 9 de noviembre de 2019, que en su totalidad, con todo y cuestionamientos, fue pletórico.
El partido fue programado a las 11 de la mañana, y desde dos horas antes, por lo menos ya había 20 mil asistentes listos, instalados en sus posiciones, involucrados en la única guerra que acaeció en el Estadio de la Ciudad de los Deportes: la de los huélums. Águilas Blancas gloria, Burros Blancos gloria, Politécnico gloria, cualquiera que fuera el final de la porra representativa del IPN, empezó a retumbar no sólo en los ánimos de los jugadores, también, por la potencia, en los vecinos de la Colonia Noche Buena en la Ciudad de México.
El nivel de fútbol y el comportamiento de los aficionados -algo que ya en pleno 2019 no está en duda, pero hay que seguir derribando estigmas- fueron un binomio que resultó en una ecuación de campeonato: un día memorable.
Una mañana que comenzó nublada pero conforme se acercaba el kickoff, se despejó hasta tener un cielo completamente azul, poco característico de la capital de nuestro país. Dicen que el ya derrumbado Texas Stadium de Dallas tenía un hueco en el techo porque Dios quería ver a los Cowboys; bueno, ni el ser supremo de su elección quería perderse la Guerra Civil Politécnica por el título de la Liga Mayor.

En el papel, las razones para no ausentarse de esta gran fiesta eran abundantes: oficialmente el primer título para el IPN en el máximo circuito de ONEFA desde 1992; la oportunidad de las Águilas Blancas de romper con 26 años de sequía; la primera Gran Final en 30 años con ambos protagonistas viniendo del guinda y blanco; el primer título para Zacatenco desde ese mismo 1989; la primera final desde la separación de la ONEFA en 2009 en la que ni Pumas CU ni Auténticos Tigres eran participantes; el primer campeón desde dicha temporada que no fuera alguno de esos dos felinos.
Y eso sólo contando el contexto pasado, pero qué tal los momentos que atravesaban ambos equipos: desde perder en el Gaspar Mass en el campeonato de 2018, los Burros Blancos lucían como una maquinaria imparable, en el primer año del Head Coach Agustín López. Burros no presumía un récord invicto por voluntad propia, pero habían vencido a todos los equipos del grupo, la Conferencia Jacinto Licea, y por eso se ganaron el lujo de vestir en la gran final con el jersey guinda, clásico del IPN.
Y las Águilas Blancas, con una temporada de altibajos, pero más altos que bajos, porque el peor momento fue en la semana 1, al caer con Pumas CU, pero repusieron ese yerro con una victoria en semifinales, 15-10 sobre los felinos unamitas que presumían el mejor ataque de la temporada, pero nunca supieron descifrar a la muralla de Santo Tomás. Listos estaban para la Gran Final, con su casco y fundas rojas, pero el jersey blanco, y la leyenda guinda al frente del mismo.

Fue por esto que a las 11:15, cuando se entonaba el himno nacional, el Estadio ya lucía una entrada similar a los tres partidos previos en este recinto, pero para esta gran final, sólo era un 65% de lo que eventualmente sería un lleno. Águilas y Burros, politécnicos, aficionados al buen fútbol americano, todos se impusieron al fantasma de la reventa y se reunieron para hacer historia.
Al sonido de Thunderstruck de AC/DC, después de las entradas de ambos equipos llenas de bombas de humo, gritos ensordecedores, y una ceremonia de capitanes saturada de fotógrafos, fue como sucedió el kickoff inicial. Fuera las expectativas, fuera las distracciones, que si la reventa, que si hubiera sido en el Wilfrido Massieu, ahora todo se resumía al fútbol.
Tanto Burros como Águilas se combinaron para cuatro despejes para abrir el encuentro. Sí, es una final, pero el nerviosismo combinado con la cautela eran la receta para que ambas escuadras estuvieran midiendo al rival, jugando con precaución. Entonces apareció Jerome García.

Ex-Águila Blanca, el tacle defensivo de segundo año forzó un fumble sobre Ricardo Angüis, QB de las Águilas, y él mismo recupero la bola suelta para poner a los Burros en inmejorable posición de campo: la 24 del rival. No sólo eso, el primero gran huélum de la tribuna norte, la del local administrativo. Los fieles a Zacatenco superaron tal vez por dos mil aficionados a sus similares de Santo Tomás, y en la tradicional porra del politécnico, se notaba desde dónde se generaban más decibeles.
Fue cinco jugadas después que los equinos rompieron el cero en la pizarra, cortesía del increíblemente veloz novato Julio Hurtado, que en un acarreo de 4 yardas, trastabilló pero mantuvo el equilibrio para entrar a las diagonales, y acrecentar la presencia del norte de la ciudad: 7-0 se subieron los Burros.
¿Nervios? Una de las figuras de esta postemporada respondió con liderazgo y serenidad: Angüis. El quarterback de tercer año saltó al emparrillado para, junto con su caballo de batalla Emilio Fernández, montar una serie de 8 jugadas y 75 yardas. La joya ofensiva de este partido: un pase de 45 yardas, con todo el tiempo del mundo, que terminó en las diagonales, y Fabrizio Díaz realizó una increíble recepción para hacer explotar a los de Santo Tomás. No importó que Díaz mide 1.73 metros, la gravedad desapareció de manera efímera para lograr atrapar el ovoide.

Los Burros eran los favoritos pero fueron las Águilas las que, por el resto de la primera mitad, se adueñaron del protagonismo. Tacleadas prácticamente en cada jugada del linebacker Emmanuel Cajiga y un durísimo sack del enorme César Pérez sobre Alex García estancaron la serie de los pollinos, y le entregaron la posesión a los volátiles.
Un error de concentración, que nos recuerda que estos jugadores, aunque sean ídolos, atletas de altísimo rendimiento, figuras que con sus proezas físicas desafíen las leyes de la física, también son humanos. Ricardo Aviña pidió una recepción libre que acorraló a las Blancas en propia yarda 1.
La respuesta de la ofensiva de Angüis y compañía: una serie metódica. No solo salieron de esa situación que es más favorable para la defensiva, llegaron a meterse hasta la 17 del rival. Seis minutos pasaron para que la serie terminara, vía un gol de campo de Ángel Corona: 54 yardas por el centro, y la ventaja momentánea 10-7 de las Águilas que se extendió hasta el descanso.
Pasados dos cuartos. De manera increíble, no dejaba de llegar la gente. Un recinto que se pensaba demolido, y en su lugar sustituido por un centro comercial, ahora era el epicentro del fútbol americano en México. Más de 150 medios acreditados, cobertura televisiva por dos cadenas públicas. La atención, juntando a los asistentes físicos y los que sintonizaron desde fuera, de más de 350,000 personas, por lo menos.

Una guerra de huelums. Parece raro, hasta raya en el oxímoron ¿cómo va a ser un enfrentamiento entre la misma porra institucional? Cuando los dos protagonistas son polis, la primera final en estas condiciones desde 1989, realmente casi nada cambia, excepto el final: Águilas Blancas, Burros Blancos, gloria, pues.
En el descanso, los aficionados dejaron de lado si tenían pelaje o plumaje, se unieron para entonar el huélum a la institución que los conjunta: el Politécnico. En medio del reposo de los atletas pero también de la ansiedad por saber quién será el campeón, no podía faltar: la ola gigantesca. Ni el golfo que divide el norte de África con Asia lo puede replicar, porque lo sucedido en las tribunas de la Ciudad de los Deportes fue un auténtico Mar Rojo.
Ni siquiera los porros, que posiblemente representaron el 5% de los asistentes, pudieron resistirse a esta ola que es clásica en los estadios de México. Mientras que los grupos porriles de antaño se concentraban en la violencia, los insultos y demás acciones para ignorar el partido, los porros del 2019 hasta participan y gritan en la ola. Gracias, generación Z.

Sonaba Don’t Stop the Party de Pitbull mientras el equipo de cheer de las Águilas Blancas ejecutaba su rutina de animación. En efecto, en esos momentos, nadie quería que la fiesta acabara, porque eran treinta y tres mil personas reunidas en la algarabía que es el fútbol americano. Ni los mismos dioses del emparrillado quisieron que así fuera luego de 60 minutos, pero todavía faltaba mucho para la prórroga, nadie sabía que así se definiría.
Los últimos dos cuartos de la temporada de la ONEFA iban a estar llenos de tensión, estrés, bebidas refrescantes, nieves para los asistentes, agua y gatorade a chorros para los jugadores: el calor se añadía para lo que ya era una muy animada final, que necesitaba encontrar un campeón.
Los Burros Blancos calmaron las ansias no sólo de su escuadra sino de su afición: un touchdown de 4 yardas de Alex García a Gustavo Pecechea para subirse 14-10 en la primera serie ofensiva regresando de la intermisión. Los pollinos de Zacatenco fueron un equipo de segundas mitades toda la temporada, y aquí, tenían la oportunidad de seguir despegando. Liderados por el Quarterback con más yardas aéreas, más touchdowns por pase y más carreras de touchdown en toda la temporada, era una eventualidad que los Burros siguieran sumando unidades.

Y lo hicieron, con gol de campo de 31 yardas bueno de Francisco Rodríguez, dejando ya solo 7 minutos dentro del cuarto cuarto. La afición que ese sábado se pintó de guinda dominaba el ánimo del Estadio, se sentía como que la culminación de una temporada casi perfecta sería con el objetivo deseado, y sólo habría que parar a las Águilas para capturarlo.
Not so fast, dijo Angüis.
La serie del empate comenzó con cuatro carreras del espigado mariscal de campo, que llevaron el ovoide desde propia yarda 20 hasta la 44. Ahí, luego de una carrera de Emilio Fernández, un par de pases completos de Angüis a Guillermo Arvizu y Mauricio García metieron a los Volátiles hasta la 29 de los de Zacatenco.
Luego de una carrera que perdió seis yardas, una vez más el QB conectó con Arvizu para meterse a zona roja, la 19 con exactitud. Dos jugadas después, un pase de 10 yardas con Ricardo Aviña. Había 2:48 en el reloj, y las Águilas Blancas tenían primero y gol.
El griterío de la tribuna norte era inconmensurable, tratando de darle aliento y la motivación a los Burros de preservar intacta la ventaja. Enfrente, silencio, aunque con ganas de celebrar, los de Santo Tomás sabían que su unidad ofensiva estaba a nada de forzar la prórroga. Fue un minuto y cambio después que Emilio Fernández concretó la serie con un touchdown de una yarda; el extra de Corona bueno.

Juego nuevo, 17-17.
Con esta anotación, por primera vez los del Casillero Jacinto Licea dejaron salir más energía de sus cuerdas vocales: una medición de decibeles hubiera dado la ventaja a las Águilas Blancas cuando el momento se acercaba al final. Auténtico pandemonio blanco.
Nadie estaba arriba, los que gritaban de emoción lo hacían porque venían de atrás, los que estaban sorprendidos es porque ahora el campeonato no estaba tan cerca. Poco más de 90 segundos faltaban para que el máximo drama, las series extras, tuvieran que ser el recurso necesario para discernir al ganador del perdedor.
Luego de una intercepción de Axel Álvarez con 0 segundos en el reloj, se confirmó.
En esos momentos, tener pulso era sinónimo de ansiedad. Cualquier ser vivo presente en el Guinda y Blanco (decirle Azul al Estadio en este día es una aberración) estaba lleno de esa ansiedad, de la necesidad de poder liberarlo todo, saber si sería festejo de alegría o llanto de melancolía.
No podía terminar, nadie quería que terminara. Una temporada en la que por fin, ni Pumas ni Tigres son los que se disputan el título. Los regiomontanos ni siquiera pasaron a playoffs, lejos de pelear el primer lugar estuvieron: esos fueron los Burros Blancos. Y los felinos de la UNAM tampoco pudieron completar una temporada memorable: las Águilas rompieron la hegemonía en postemporada, y garantizaron la Gran Final Politécnica.
Grandísima.
“Tal vez por eso fue que tardó 30 años en repetirse”: la cita que abre esta crónica, del coach de backs defensivos de los Burros, Víctor Saspe. Referente al ambiente, el ex-capitán puma declaró que posiblemente la razón por la que pasaron tres décadas para que hubiera una nueva final politécnica fue porque el evento fue uno indescriptible, inmejorable, inigualable, inmaculado.
Todavía faltaba un ganador, y también un elemento que se hace presente -para bien o para mal- en todo evento deportivo:
La polémica.
Las Águilas Blancas ganan el volado previo a las series, escogen defensiva. Darle la bola a Alex para abrir y saber cómo ha de replicar el ataque de Angüis. Entonces, el momento del que no se ha dejado de hablar.
Antes de la jugada que sigue recorriendo las redes, salió lesionado en notable dolor el linebacker Emmanuel Cajiga. Líder tacleador del campeonato con 14 derribos, el defensivo, como todo gladiador después de la batalla, sufrió una dolencia en el tobillo, y en camilla tuvo que ser retirado, dejando un hueco irreparable en la muralla de las Blancas.
Enfrente, el llamado Magnífico, el QB más espectacular de México, continuaba con su propia grandeza. En la jugada en la que Cajiga sale lesionado, Alex García convirtió una primera y dieciocho en un acarreo de 25 yardas: ganas, deseo, esfuerzo. Primera y gol, Burros en la 8 por anotar.
Fueron 46 segundos pero se sintieron más largos que las tres horas de juego que habían transcurrido, y para eso hay treinta millares de testigos. Aarón García subió una carrera por el lado izquierdo del campo, aparentemente cruza las diagonales, pero la defensiva de las Águilas, en la figura de Edgar Padilla, le saca la bola al acarreador. Hay posesión clara de un posible fumble. Los Burros, todos levantan las manos en señal de anotación. Reitero, 45 segundos que sólo son superados en extensión posiblemente por esta crónica.
En medio de la definición textual de incertidumbre, concluye el referee Olaf Salmorán: “El corredor cruzó el plano”, y levanta ambos brazos a la altura de sus hombros. Touchdown, e insania en la tribuna norte.

Es parte del argot del fútbol americano decir que es un deporte milimétrico. La increíble exhibición de los jugadores dentro del campo, un estadio que varios programas de Estados Unidos envidiarían por su lleno, una cobertura mediática como si se tratase de un deporte profesional: en este momento fue cuando el partido superó las condiciones de nuestro país.
Es claro: el error humano existe, los árbitros son sujetos al yerro, como lo son coaches, y jugadores. Un partido con tanto para tantos en juego, necesita reducir su margen de error, o al contrario, ampliar su margen de maniobra. Si hay más de 20 cámaras instaladas, seguro alguna pudo captar con certeza si fue o no touchdown.
Extra bueno, 24-17 para los Burros Blancos. La celebración habría de esperar, porque el fútbol universitario es justo, y todos tienen su posesión ofensiva.
Esta última premisa es también por qué el touchdown que pudo no serlo no es el momento que define el partido: las Águilas Blancas tuvieron una última oportunidad a 25 yardas de forzar nuevamente el empate. El fútbol es justo, otro de los versos que hacen pintoresco este deporte.
Segunda y gol, desde la once. Los Volátiles ya tuvieron que convertir una cuarta oportunidad para seguir con vida. Angüis, en formación empty. Burros Blancos presiona con cinco, hacen que el QB role hacia el lado derecho. Le caen Osvaldo Canchola, Jerome García, Alejandro Cornejo, éste último le saca el balón al mariscal, y Gabriel García, tacle defensivo, lo cubre con su cuerpo.


Juego, serie, campeonato para Burros Blancos.
Inmediatamente suena el clásico y nunca pasado de moda piano de Freddie Mercury: We Are The Champions. Los equipos se abrazan en el centro del campo, los medios acosan a ambos entrenadores, por supuesto con mayor afluencia sobre López, pero Enrique Zárate se comporta a la altura, y nunca da a entender que el partido se definió en una marcación arbitral.
Porque no lo hizo.
Un partido de campeonato que no tiene parangón en la memoria reciente. Porque los dos equipos no sólo dejaron la última gota de orgullo por el campeonato: también porque se siguen superando las expectativas de esta fiesta estudiantil.
Las expectativas negativas que azotan a la tribuna, las mismas que todavía hacen que las autoridades agenden partidos a las 9 de la mañana, solo para que la afición siga demostrando: la violencia, en el fútbol americano, sólo existe en el emparrillado. Es momento de pulverizar esa relación afición-mal comportamiento. De lo que estuvieron llenos los asientos del Estadio de la Ciudad de los Deportes fue de huelums, aplausos, gritos, lágrimas, de tristeza o felicidad, y por supuesto, de personas, treinta y tres mil de ellas. Ya no es, pero sigue siendo noticia el saldo blanco.
Dentro del campo, pasan a la historia los nombres de Alex García, su hermano Luis Enrique, el novato Hurtado, una generación de jóvenes en Zacatenco que ya le dio el campeonato a los Burros: Jerome y Gabriel García, Abrahám Chacón, Juan Morfín, Marcos Aguiñaga, conjuntados con la veteranía de Pececha, Alfonso Trejo, Gustavo Orostico, Emmanuel Velázquez.
Justamente Aguiñaga, ala defensiva de los Burros, era uno de los inconsolables en el Gaspar Mass en 2018 cuando cayeron frente a los Auténticos Tigres en el campeonato. Este sábado, con ese mismo desgarre emocional estaban los dos QBs de Santo Tomás: Angüis, que estuvo a nada de lograr la hazaña, y Ángel Gutiérrez, que se perdió los últimos tres partidos, pero fue líder de su ofensiva. César Pérez, Daniel Concepción, Emilio Fernández, Luis Ochoa, veteranos que terminan su trayectoria con las manos vacías, pero sabiendo que poder humano de su parte no faltó.
Es el 2019, y la tecnología sobra en la sociedad, tanto que fue capaz de llevar a incontables aficionados en todo el país a un partido inolvidable. Es 2019, y es momento que este partido detone la intervención de las cámaras tal vez no a nivel liga, pero sí a nivel campeonato, porque cada centímetro se vuelve vital en un partido en el que nada, absolutamente nada, es regalado, y esos mismos centímetros tienen encima los ojos de más cientos de miles de personas.
El fútbol puede ser impredecible, así como pocos pudieron haber augurado la prórroga en la Final, pero también es justo y le da lo que merece a los que lo demuestran. A la afición, le dio un partido que durante los próximos 8 meses seguirá en repetición para disfrutarlo, gozarlo, analizarlo, debatirlo.
A los Burros Blancos, durante toda la temporada el mejor equipo, hasta arriba en los standings para playoffs, satisfactoriamente derrotaron a todas las escuadras del circuito, a ellos les da el campeonato.

Un campeonato que llevaba 30 años de espera en Zacatenco. Tuvieron que desaparecer los Pieles Rojas, nacer los Burros de la unidad profesional Adolfo López Mateos, meterse al circuito máximo de ONEFA. En 2019, no hubo duda, y en la Gran Final, el error humano dejó su marca en un deporte jugado por humanos. Burros Blancos conquistó un clásico instantáneo, para proclamarse Campeón de la Liga Mayor.
Increíble juego …. Mejor que el súper bowl de los gringos … Con nuestros jóvenes estudiantes como excelentes protagonistas ….y como bien dice nuestra porra …. POLITECNICO ….GLORIA ..!!!
Sin duda este nuestro fútbol americano es hermoso.jovenes estudiantes llenos de vigor y esperanza de ser campeones en el campo y en la vida y por ende hacer un México lleno logros y cosas positivas que tanta falta le hace a nuestro México lacerado por tantas malas cosas que bien valió la pena escuchar un poderoso huemul.