¿A qué le temen?

Alberto García Ramos

Foto: Grecia RC

La cita fue muy temprano para evitar desmanes. Los verdaderos aficionados se presentaron. El espectáculo dentro del emparrillado fue impresionante. Pero en condiciones normales, la asistencia se pudo haber duplicado. Cada que se le da la oportunidad, el partido más conspicuo del fútbol americano universitario en México cumple.

 

Era día de juego, y no cualquier juego: Clásico Poli-Uni en el mejor recinto para jugar fútbol americano en nuestro país, el Estadio Olímpico Universitario. Pero no era un Clásico completo. El sazón no era el mismo, al menos no en su totalidad. A las 10 de la mañana, la gente va despertando.

Aquellos aficionados no privilegiados de llegar en su vehículo privado tienen que hacer la prolongada caminata desde las estaciones más próximas tanto del Metro como de Metrobús y Trolebús hasta el mítico Olímpico 68, ya sea por el lado de Avenida Insurgentes o por Avenida San Jerónimo, las dos grandes vías que colindan con el aposento deportivo.

Los colores que las personas portan son el símbolo de pertenencia más importante e inmediato para el aficionado; con el encuentro siendo entre las dos instituciones educativas más importantes del país, no hay otra combinación que la gente use: el auriazul de los Pumas de la Universidad Nacional Autónoma de México, o el guinda y blanco de los Burros Blancos del Instituto Politécnico Nacional.

Un cielo azul casi impecable. La carencia de nubes fue tan notoria, que se alcanzó a distinguir la caracterísitica capa de smog que cubre la capital de la nación mexicana. Sin duda, una situación conflictiva para los asistentes, porque el camino, aunque soleado, fue frío, alrededor de los 12 grados. Después del encuentro, luego de tres horas, el sol cobra factura. Frío y calor, sólo un día más para el citadino.

La cita fue a las diez de la mañana para que ambos equipos arrancaran las acciones dentro del emparrillado. Cualquier persona familiarizada con el fútbol americano sabe que, de menos, hay que presentarse 30 minutos antes al estadio. No por obligación ni por deber, pero por gusto, porque el tiempo antes del juego también es valioso, al fin y al cabo, cualquier equipo de Liga Mayor tiene 8 o 9 partidos en todo un calendario anual.

La experiencia del fútbol americano no se cierra al emparrillado: las caras familiares, las personas con las que se comparte la misma pasión, todo es un ambiente digno de vivir, las papas, chicharrones y charritos, la experiencia es multisensorial, y cuando se trata de un Clásico, se magnifica.

Con el kickoff apenas tres horas después de la salida del sol, es difícil vivirlo de la misma manera. Ni siquiera al inicio de las hostilidades había llegado la totalidad de la gente. Tal vez 10,000 personas estaban en los asientos de piedra cuando se dio la patada inicial. Un pequeño pero innecesario sacrificio para la fanaticada universitaria y politécnica el tener que presentarse a esa hora.

Ninguna de las almas presentes es la razón de que las autoridades forcen la calendarización de uno de los eventos deportivos más importantes del territorio mexicano tan temprano. Fueron tan gentilesque no aplicaron la puerta cerrada para este sábado 27 de octubre, como sí lo hiceron en la visita de las Águilas Blancas a los Pumas en 2016. Los jugadores por supuesto también carecen de responsabilidad, tanto Burros como Pumas quieren salir al campo a jugar el partido con más tradición del fútbol americano y demostrar cuál es la institución imponente, al menos en la jornada 9 del torneo más importante del llamado deporte estudiantil por excelencia.

Daban las 10:45 de la mañana, el encuentro ya en el segundo cuarto, y las gradas no dejaban de llenarse. Las cabeceras, por supuesto, cerradas, pero la zona del palomar, donde se localiza la afición universitaria: llena hasta su capacidad permitida; la zona del pebetero, de la afición politécnica, llena hasta su capacidad permitida. Si el punto de jugar a la hora pactada era ahuyentar a la gente, los responsables no lo lograron.

El ruido sonoro es el típico, pero es a lo que la gente va, a desgastar sus cuerdas vocales. Goyas y Huelums, las porras más simbólicas de las escuadras de la UNAM y del IPN, respectivamente. Familiares de los jugadores, atletas de categoría infantil, juvenil e intermedia, estudiantes, y meros aficionados al fútbol americano gritaron incesantemente, como cada que se les da la oportunidad de sentarse en las gradas del estadio. El número oficial dado por Protección Civil quedó en 16,767 personas, pero para los más optimistas, la cifra pudo haber superado los 22 millares, todos gritando a la máxima capacidad de decibeles que su garganta les cede.

Aficionados casuales, aficionados frecuentes, ninguno se presenta con la intención de hacer daño. La violencia se reduce a las colisiones entre los gladiadores del emparrillado, y también en los gritos desenfrenados; claro, algunos pueden subirse de tono, pero no podría llamársele rivalidad si así no sucediera, porque al final, en un Clásico siempre hay dos competencias: la del ovoide, y la de las tribunas. No importa que los Pumas acaban de permitir una captura de su QB, si estalla el Huélum, estalla la respuesta con el Goya.

Deportivamente, un cuarto cuarto de locura. Los Burros Blancos estaban arriba 23-14 con seis minutos en el reloj, y en la tribuna politécnica se empezaba a saborear la primera victoria en 10 años contra el odiado contrincante. El que no brinque es Puma, el que no brinque es Puma…La ola visual desde el pebetero se manifestó con un énfasis pocas veces visto, ya que los Universitarios han sido implacables en su casa en lo que va del 2017. Sí, los cerca de 10,000 aficionados de los Burros se pusieron en sus pies para gravitar y demostrar vigorosamente que no, ellos no son Pumas.

¿Del lado universitario? Silencio, sin duda sorprendidos por la parcial derrota de sus gladiadores felinos. Sus contrapartes politécnicos no perdieron la oportunidad de recordarles a su progenitora, que bien podía estar junto a ellos o en casa: la porra Pumas, ahorita que están callados: ¡Ching… a su madre! significó que los locales estaban en latente peligro de caer en la derrota.

Pero así como pueden ser feroces, la tribuna sirve primordialmente para apoyar, y así lo demostaron los mismos politécnicos. Cuando el mariscal de campo estrella de los Burros Blancos, Alejandro García, cayó por una lesión en el cuarto cuarto, la fanaticada de los équidos se unió al unísono para alentar: ¡A-lex, A-lex, A-lex! Aficionados, expertos y novatos, saben que el QB es el jugador más importante de la escuadra.

Si los felinos querían sacar la victoria, tenían que ser 100% efectivos en los últimos seis minutos del encuentro. La ofensiva, vertical y agresiva, inspiró el Goya más exuberante hasta aquel momento luego de un pase de 50 yardas de Rafael Arenas con Germán Malanche. La jugada siguiente, Arenas con Andrés Salgado en las diagonales, y la explosión sonora vino por supuesto desde la zona poniente del inmueble.

Aún abajo 23-21, pero el ímpetu estaba en la Universidad, el espiritú se tornó alentador. Ahora estaban callados los Burros, y los adicionados unamitas no perdieron la oportunidad de devolver el favor. Estratégicamente, los Burros fallaron en consumir el reloj, y con 2:33, los Pumas tuvieron una última oportunidad de robarse la victoria.

Diego Reyes ya había fallado tres intentos de gol de campo en la mañana, pero el equipo confío en su pierna izquierda. Intento de 32 yardas para dar la voltereta, y no había persona que no estuviera de pie en ese momento. Los politécnicos, más ruidosos que nunca, intentando injertar nerviosismo al pateador y hacer que fallara por tercera ocasión en el día. Los universitarios, callados, dándole la calma a su jugador, pero también con los nervios de su pasión activados a todo lo que sus neuronas sensoriales están capacitadas.

La patada de Reyes fue buena, los Pumas aventajaron 24-23, y las tribunas cambiaron roles, porque ahora los rebotes vinieron desde el lado poniente. Después del Goya, vino El que no brinque es Burro, y nadie en la tribuna del palomar quería ser burro. Alardeando por el resultado, los felinos tomaron su única ventaja del encuentro, pero que con una intercepción en los 20 segundos finales, se convirtió en la definitiva.

¿Un ambiente hostil? Sin duda. Cuando se trata de dar un goya o un huélum, hay que gritar, mover en el aire el sombrero, la gorra, el sueter o lo que sea para contagiar a sus vecinos de asiento; cuando el partido es tenso, y este sábado lo fue, los gritos sí poseen una carga de odio, pero todo dentro de los 60 minutos de juego, al final se trata de la rivalidad más grande en el deporte amateur mexicano.

Pero si algo es característico del deporte de las tacleadas, es el reconocimiento del esfuerzo del rival. Una vez dado el pitazo final, los jugadores se saludan, las porras aplauden y dan digno cierre a un choque que se queda en el campo. Ambos equipos caminan a la tribuna rival, recibidos por aplausos fraternos, luego de 60 minutos de odio. Todo se queda en la parrilla, pero esto es algo que los estereotipos sobre el deporte no consideran.

Se trata de las dos instituciones educativas con más tradición en nuestro país, y también en el fútbol americano. El Estadio Olímpico Universitario fue construido para jugar este deporte y sin duda es perfecto para jugar este partido, el más conspicuo sin alguna duda.

¿A qué le temen las autoridades que deciden seguir demeritando este incomparable festín de colores y sonidos en las gradas, y un altísimo nivel deportivo en el emparrillado?

¿A las 15, 20, 25 o los tantos miles que se presentaron al Estadio Olímpico? ¿Familiares, estudiantes, aspirantes a jugadores de Liga Mayor, todos que quieren ver ganar a su equipo, y nada más?

¿Es que la fuerza de la ley no tiene la capacidad de controlar a los grupos de porros? Evitando exageraciones, hoy no se presentaron más de 500 de estos individuos, y fueron efectivamente neutralizados. Entonces sí se puede.

Será que en plenas épocas de Halloween y día de muertos, el fantasma de 1968 sigue dándole una falsa identidad a la comunidad del fútbol americano estudiantil, pero que como los humanoides y demonios, no es más que, a estas alturas, una mentira, mantenida por la estulticia de unos cuantos.

En condiciones normales, con la capacidad policiaca en su expresión necesaria, al menos 45,000 personas se hubieran presentando para disfrutar de un partidazo de fútbol americano. El resultado dentro de las 100 yardas demuestra que se privó a esas 25,000 personas adicionales de un encuentro estratégicamente metódico, y emocionalmente bipolar para ambas escuadras. El espectáculo del fútbol americano estudiantil en México es mucho más que los pases y las tacleadas, es la convivencia dentro y fuera del campo, es llevar la rivalidad a tejidos intrínsecos en cada fanático, pero dejarlo todo en el deporte. Hoy hicieron falta esas 20,000 personas para seguir demostrando lo ordenado, lo apasionante y sobre todo, lo cívico que es el fútbol americano.

Cuando a los verdaderos aficionados se les da la oportunidad de degustarlo, demuestran que ya es momento de deshacerse de los prejuicios en torno a esta disciplina. El deporte no profesional que más personas mete en un estadio, que más pertenencia sigue generando entre los estudiantes de las universidades e institutos, pero que hay personas que parece se esmeran en limitar el crecimiento. El fútbol americano, dentro y fuera del pasto del Olímpico 68, hoy, cumplió.

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