Mexican Night Football

Por Alberto García Ramos

Saldo blanco. No peleas, no tragedias, polémica, pero no se le deben buenas impresiones a nadie. Luego de once años de ausencia, se disfrutó el regreso de la NFL a México. La afición hizo sentir a los Raiders como en casa. Dos balones como souvenirs, miles de aviones de papel en el aire. La experiencia mexicana de la NFL no tiene réplica.

Fueron once años de espera. La primera vez que la NFL salió de Estados Unidos fue a nuestro país. Desdeaquel 2005, la casa internacional de la máxima liga de fútbol americano fue Londres. México quedó rezagado.

Pero el lunes 21 de noviembre, en medio de una tensión cada vez más creciente entre mexicanos y norteamericanos, la NFL regresó a México.

No sólo es el deporte, que ocupa un lugar primordial para una afición nacional, que es muy reducida, pero siempre efervescente.

No sólo es la oportunidad de ver a los mejores atletas del mundo competir en la cancha del Estadio Azteca.

No sólo es ver al Coloso de Santa Úrsula dejar el pambol y convertirse en un emparrillado para 22 gladiadores del fútbol americano, aunque sea por una noche.

Es el carnaval de actividades, emociones y controversia que generó durante meses un espectáculo deportivo que no durá más de 210 minutos.

La temporada de la NFL avanzaba semana a semana, la expectación era creciente cada que una tarde de domingo concluía. Los Raiders, uno de los equipos más perdedores de los últimos quince años, estaban embalados. Cinco, seis, llegaron hasta siete victorias por sólo dos derrotas acumularon antes de arribar a tierras mexicas.

Los Texanos perdieron a su súper estrella, JJ Watt, muy temprano en la temporada. Ya no vendría a México. Pero aún así, siguieron haciendo su trabajo. Con todo e incosistencias, Brock Osweiler y la franquicia de Houston tenían 6 victorias y 3 derrotas. Líderes de su división.

Ya era 21, y el escenario estaba listo.

Dos kilómetros a la redonda de donde se jugó el encuentro, ya se sentía la fiebre del fútbol americano. Una forma de saber que era real y no era un producto de una ilusión: la mercancía pirata. Por supuesto que el comercio informal quería tomar parte de este gran negocio. El gorro, la playera, la taza, los mini-cascos, los recuerditos de una noche histórica.

Para los aficionados desesperados por llegar o aquellos despistados en las costumbres mexicanas, los lugares de estacionamiento en la colonia Santa Úrsula Coapa rondaron hasta los mil pesos.

Incontable era el número de gente en las inmediaciones del enorme recinto deportivo coapeño. Un auténtico mar de colores. Los Raiders y los Texans alumbrarían el emparrillado, pero los jerseys de Manning, Tannehill, Roethlisberger, hasta los que aún creen en Tony Romo se hicieron presentes. Verde, morado, naranja, azul rey, por una ocasión no predominó el azulcrema ni el verde bandera.

Mucha gente, mucho tiempo de espera. Filas interminables para todo: la foto del recuerdo con el Trofeo Vince Lombardi o con las letras de la CDMX; la tienda oficial de la NFL para los que no quieren productos chafas, porque cómo un mirrey va a andar sin su jersey auténtico de la NFL.

Y claro, si de algo no nos destacamos los mexicanos, es de organizados. La congregación mayor, para llegar a los asientos. Que si entro por rampa o por túnel, que no sé siquiera si me toca en cabecera o lateral. Al final, lo que había que hacer era leer el boleto, y si no le entendían, pedirle a alguien que lo hiciera.

Se acercaban las siete de la noche. Ambos equipos calentando en el campo, la gente en las tribunas buscando su lugar, y muchos amontonándose para estar lo mas cerca posible de sus jugadores favoritos. Las caras que siempre se ven en la televisión, hoy, tenían volumen, eran tridimensionales, eran reales. Hasta personajes no tan queridos, el comisionado de la NFL hizo aparición en la casa del Club América.

Los aficionados, aún sin mucha cerveza en el cuerpo, tomando miles de fotografías. La era de los smartphones hace posible que el recuerdo lo tenga prácticamente cualquiera. En los palcos de lujo, las selfies, los videos, actualizar sus redes sociales parecía más importante que estar al pendiente del juego, atesorar likes porque esos no los regalan.

Brevemente ambos equipos regresan a sus vestidores, y en cuestión de minutos, vuelven a tomar la cancha. Primero los Houston Texans, por la cabecera sur son recibidos con abucheos, dejando ver que el Azteca lo dominaron los malosos.

El turno fue de los Raiders. Derek Carr, el mariscal de campo, fue el primer jugador en bajar la rampa en la esquina de la cabecera norte. No hay necesidad de ver la pantalla del estadio, donde se resaltan sus mejores jugadas en la temporada. En ese momento, están enfrente de la nación mexicana.

Claro, no todos y todas son nacionales.

La tensión entre ambas naciones, México y Estados Unidos, es palpable; el famoso Donald será su presidente y a él no le caen muy bien los mexicanos y mexicanas. Se entona el himno americano, el Star-Spangled Banner y se percibe el canto de algunos, que no fueron pocos. Hay muchos aficionados de ambos equipos que viajaron desde Texas y California para ver a su equipo. Perseverancia como fanáticos, o simplemente el partido en el que menos dólares hayan gastado, los gringos también estaban ahí por una cosa: el football.

¿Los mexicanos? No importa que nos quieran poner un muro, el respeto es primero, y no hubo un abucheo que tuviera eco entre los asistentes. Respeto al país de los jugadores y coaches, ellos no tienen la culpa.

Durante el himno de nuestros vecinos, al centro del campo se formó la bandera de las barras y las estrellas. De improviso, como magia se cambiaron los colores, se pintó el verde, blanco y rojo. Era hora del único cántico que todos los asistentes se sabían. O tal vez algunos no, pero no hay que juzgar a nadie.

Y claro, entre paisanos no hay por qué reservarnos nada. Julión Álvarez, cantaoutor de banda, fue el encargado de entonar nuestro cántico patrio. Como esos abucheos sí empezaban a acrecentarse, mejor Julión empezó a cantar. Tal vez no impensable, pero algo que no se da todos los días, ni siquiera cada 10 años. ¿El himno que compusieron Nuno y González Bocanegra en un cotejo de la NFL? ¿Qué es esto, la era de la globalización despiadada?

Un ícono de las Olimpiadas de 1968 siguió con las acciones previas. Tommie Smith, medallista norteamericano en aquel año, famoso por levantar el puño con un guante negro al momento de ser premiado simbolizando el Poder Negro en medio de las tensiones raciales en Estados Unidos, hizo fama en la Ciudad de México. Fue el encargado de prender el fuego de Al Davis. Tradición implementada desde el fallecimiento del legendario dueño de la franquicia californiana, los Raiders eran locales, y la tradición de honorar a su más grande icono persiste más allá del territorio que una vez fue nuestro.

Pero basta de ceremonias, basta de civismo. Setenta y seis mil personas fueron para ver football. A las 7:27, arrancó el show. Los Texans iniciaron con el balón, y se vio quién tenía a la porra de su lado. Abucheos, gritos, adversidad fue la que enfrentaron el quarterback Osweiler y compañía.

Tres horas de duración en promedio es lo que dura un cotejo de la NFL. En casa, los comerciales parecen interminables, y tiempo da para ir al baño, hacer de comer, colgar la ropa. En el estadio, y aquél que haya estado en un partido de la NFL no podrá mentir, las interrupciones no son tan largas como parecen.

Las camisetas que regalan, la cámara de baile en la pantalla del estadio. Canciones de Eminem, Rage Against The Machine, Guns ‘n’ Roses con Welcome to the Jungle, literal. Los vendedores de cerveza, refresco, palomitas, hamburgesas, pizzas, hasta dedos de queso y sopas calientes; las interrupciones sirven para calmar el hambre.

Derek Carr conectando con Jalen Richard provocaron un grito estremecedor, que llevaba 11 años de espera. El primer touchdown del encuentro hizo que todos los que no eran fans de los Texans explotaran sus cuerdas vocales.

Los Raiders tomaban la delantera, y la afición, tomaba más y más cerveza.

El marcador al medio tiempo, 10-10. Nada para nadie. Bueno, nada para los equipos. Para los vendedores del estadio, mucho, mucho, mucho que vender. Hubo amenidades que los que prefieren ahorrarse las filas en el baño pudieron apreciar. Una banda de marcha a la college football, acompañados de las Raiderettes, las porristas de Oakland. En la zona superior de las gradas, desde antes del inicio del encuentro, se informó a los aficionados que se formaría un mosaico en las gradas durante el medio tiempo.

Mosaico con base en un cuadrado grande de papel de determinado color, el cual cada uno de los aficionados tendría que levantar y voltear cuando se les indicara. Una vez formado, se leyeron las letras CDMX en una cabecera, Gracias México en la lateral oriente, y enfrente, Banorte. Alguien tenía que pagar por ello.

Terminó el musical, se deshizo el mosaico, la tribuna mexicana se organizó en los colores asignados. Pero de 50 mil personas de la parte superior, alguno tuvo una idea no planeada. En cuestión de segundos, un avión de papel voló desde lo alto del Azteca. Nadie quiso quedarse atrás, y todo aquél con conocimiento de construcción de aeroplanos en papel manufacturó su propia versión.

El estadio se llenó de proyectiles en instantes. Avioncitos de color verde, rojo, rosa, blanco. Algunos literalmente planeando, lograron cruzar todo el ancho del emparrillado. Otros, debido a mal doblez, volaban más tristemente que una paloma muerta.

Nadie podía molestarse con las tribunas. Al final, es papel. No hubo ningún ojo picado por una punta voladora. El ambiente era festivo.

Regresando del medio tiempo, los Texans salieron a ganar. Se subieron a la ventaja 20-10. Los fans en el estadio, en su mayoría Raiders, cada vez hacían más ruido. En momentos cumbres, en las terceras oportunidades y la defensiva de Oakland necesitando un apoyo estruendoso, estadios como The Shoe en Ohio State y el 12th man de los Seahawks no tendrían mucha diferencia con el Azteca. El volumen del lugar subía, y subía mucho y los decibeles reventaban los tímpanos.

Y entonces, vino el grito que indigna a muchos. El afamado grito cuando un portero despeja el balón en el soccer, se repitió cuando el pateador de los Texans mandaba la pelota hasta el fondo en el kick-off. Un grito infame para algunos, pero que no es más que la acumulación de la adrenalina, la tensión de que los Raiders perdían, el alcohol haciendo su efecto en la cabeza.

Para algunos, es una falta latente de cultura en las tribunas del Coloso. Para otros, es verdaderamente necesario evitar ese grito, porque no es pambol, y porque es una manera de agreder homofóbicamente al pateador. «Me encanta cuando gritan el «eh puto», es sensacional. Cuando vine a México lo aprendí y es genial». Testimonio de un aficionado de Dallas, Texas. ¿Dónde quedó la ofensa? Al final, todos estaban ahí para una cosa, el football.

Una vez cada once años, lo díficil que son los boletos, nunca se sabe si será la única vez en la vida. Y eso fue lo que decidió un aficionado mexicano, luego de un punto extra de los Texanos, el ovoide superó la red, y cayó en las gradas. Un balón auténtico de NFL, usado en el Monday Night Football en México, no lo deja ir nadie.

Sin embargo, sea cual sea la política de los balones en la liga es de presuponer que aquellos usados en los puntos extras se devuelven. A lo lejos, en el campo, se reunió un balonero, pidiendo que echaran el balón de regreso al campo. Llegaron dos, tres baloneros. El grito y las señas coincidían en la tribuna: «Nooooo». Y exacto, no, ¿cómo devolver el mejor recuerdo material que cualquiera podría llevarse de ese día?

La disputa se extendió probablemente quince minutos, pero al final, un aficionado se fue con una grata, inesperada, y peleada sonrisa.

Cuarto cuarto, y para los fans de los Raiders, la situación empeoraba. Derek Carr y la ofensiva no carburaban. Los escasos fanáticos de los Texans festejaban cada avance, cada primero y diez, levantaban las manos y aplaudían. Se manifestaban como un pequeño frijol en el arroz, sólo que el arroz eran cerca de 50 mil personas de plata y negro, y el pequeñó frijol era azul con rojo.

Momento cúspide en el encuentro, los Raiders necesitaban una serie para empatar. Lo hicieron en una jugada. Carr conectó con Jamize Olawale, y nadie se acercó al fullback en su recorrido de 75 yardas, excepto el creciente éxtasis de una tribuna que estaba lista para explotar.

Consecuentemente, vino la segunda decisión controversial en el encuentro. La primera, un aparente touchdown de DeAndre Hopkins, receptor de los Texans, que los árbitros pitaron fuera, y luego parecía que nunca pisó la zona blanca, aunque después se confirmó que sí.

La segunda, una posición de balón clave en el encuentro. Seis minutos, arriba por 7, en la 15 de Oakland, Houston decidió ir por el primero y diez en cuarta y literalmente centímetros. La decisión no fue favorable para los Texanos. Jugada muy cerrada, y en las tribunas, las discusiones entre que no fue, que sí fue, que seguro esos arbitros votaron por Trump, o seguro los compró el crimen organizado. Discusiones que no fueron más allá de la adrenalina deportiva.

Luego, Derek Carr repitió la dosis. Nadie tocó a Amari Cooper en sus 35 yardas de recorrido. El Azteca hizo erupción una última y definitiva vez.

Se acercaba el final del encuentro, los Texans no convirtieron una cuarta oportunidad. 27-20 decía el marcador a favor de la escuadra de Jack Del Rio. Dos minutos, Derek Carr con Jalen Richard, el primero y diez que cerró el encuentro.

Y así, cerca de cuatro horas después, terminó el encuentro. Los Raiders, subían a 8-2, los Texans, caían a 6-4. Algunos aficionados, inteligentes y precavidos, abandonaron el recinto cuando el partido se definió pero el reloj no llegaba a ceros. Otros, queriendo ver a sus estrellas favoritas hasta el último momento que se pudiera, se aglomeraron lo más cerca posible del túnel. Y al que es paciente, la vida lo recompensa. Jugador que pasaba por allí, jugador que regaló sus guantes usados en el encuentro. Michael Crabtree, Taiwan Jones, Sean Smith, los militantes de los Raiders saben que un par de guantes pueden recuperarlo; el recuerdo que se crea en los aficionados mexicanos, incomparable.

Y al final, las nueva caras del Plata y Negro: Khalil Mack y Derek Carr, como mejores amigos, los últimos en correr hacia el túnel de salida. Mack con una captura en el encuentro, Carr con tres touchdowns, no le fue suficiente con un espectáculo en el campo, hizo un último regalo. Antes de ingresar al túnel y despedirse de la afición mexicana, lanzó un balón profundo a las tribunas. Técnica impecable, corriendo, lanzándolo hacia su lado incómodo, y lo mejor de todo, fue completo. Un aficionado con sudadero de los New York Giants, pero aficionado al football. Ninguna recepción de Cooper, Hopkins, o Crabtree recordaría más que la que él tuvo, a manos de un QB profesional. Y si ese aficionado pudo quedarse con el balón, ¿por qué no el que recibió el punto extra?

En las entrevistas, Derek Carr expresó que el 80% de la tribuna era Raider, y que se comportaron geniales para que el equipo lograra el regreso de estar abajo 20-10. El HC Jack Del Rio concordó con su QB. Pero bueno, eso la tribuna ya lo sabía.

Al final, el saldo fue blanco. Ni el maligno láser que apuntó dos veces a Brock Osweiler durante el encuentro tuvo consecuencias fatales. El láser verde no pudo haber tenido la culpa que los empataran, y luego, que no pudieran ganar el encuentro. El quarterback de 70 millones de dólares no tenía pretexto alguno, que no venga con que el láser lo distrajo, más bien la luz dirigida le daba una ridícula justificación a su errático desempeño.

Cero peleas, cero congestiones alcohólicas, la única tragedia para los aficionados era el tráfico al que se enfrentaban a las afueras del estadio. Ríos de gente, ríos de carros. Los que pueden pagarlo, esperando su Uber. Los que usan el transporte público, rezando que se extendiera el horario habitual del mismo. Algunos que tendrían que tomar tren ligero, Metro y tren suburbano hasta la hermana república de Cuautitlán Izcalli, a unos 50 kilómetros de distancia.

El comercio informal, en su punto. La playera de 200, ya en 100. Las gorras, de 150 a 80. Era el momento de comprar.

Todo el embotellamiento vial, el transporte público abarrotado a las 11 de la noche, el intercambio veloz de dinero en las banquetas es el lado cultural de un evento masivo en suelo mexicano.  Y ahora, conjuntado con el deporte más norteamericano que existe, con una afición diferente a todo lo que los jugadores puedan vivir en la NCAA y NFL.

Al final, la NFL vino a México a hacer negocio. La afición mexicana fue al Estadio Azteca a disfrutar de un gran encuentro del deporte de las tacleadas en su mejor manifestación. La gente hizo ruido cuando los Raiders lo necesitaban, explotaba al touchdown de los mismos. Un grito ahogado durante once años, eruptó en plenitud el lunes en la noche.

Al final, fue la auténtica experiencia mexicana de la NFL.

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